La política, como toda su vasta y pecaminosa actividad -excepciones de por medio- es una conspiración que no se anda por las ramas y actúa a plena luz del día, como si todos fuésemos una tarea de cándidos, esto es, de quienes están limitados por esa calamidad mayor que se llama ineptitud o ignorancia. Como en todo, la excepción confirma la regla, pero ciertamente que la gran mayoría se traga las ruedas de molino que los políticos imbuidos por un cinismo audaz, purulento y crónico lanzan sin el menor rubor, porque saben que la incapacidad es terreno fértil para que la demagogia prenda sus negras flores. Su más elevada expresión: el populismo, corre paralelo a la decadencia de los pueblos, y en tal medida, que se podría decir que, en el país de los ignorantes, el menos ignorante es el rey, y digo menos ignorante, porque la diferencia es, por regla general, imperceptible.
Si la política no fuese conspiración, no habría tenido credibilidad la expresión: «la patria ya es de todos”; ¿de quiénes?, pues, parecería que, de los corruptos; entonces, la frase completa debería decir: la Patria ya es de todos los corruptos. No exagero un ápice. Es la demoledora realidad, ratificada por esa suerte de crónica roja que da forma a las incesantes noticias sobre la putrefacción en el manejo de los fondos públicos. En su larga lista habría que agregar al otrora [mimado] Iván Espinel, ex-Ministro de Inclusión Económica y Social del actual gobierno, enjuiciado por graves delitos, incluido el de lavado de activos. La pregunta del millón: ¿Cuántos más?
El Proyecto de las Manuelas, el de la Vivienda para todos, amén de otras sonoras ficciones, no son sino charlataneria insensata y falaz. La esperanza ha muerto, y en el día a día, con la [decidida] cooperación de varios de los que nos gobiernan, asistimos a su entierro. (O)
