Por Andrés Mazza
Fotos Xavier Caivinagua
Quieren ser anónimos, aunque tienen nombres. Tienen familias, tienen historias como todos. El velo que se ponen para no ser identificados se sustenta en el miedo de que los señalen y los reprendan porque su voz ha sido escuchada y leída. Ellos han recibido la orden de no dar testimonio de lo que sucede adentro en estos días marcados por la incertidumbre, el dolor y la muerte.
Los anónimos son médicos, enfermeras. Ellos son parte del personal de salud que trabaja en los hospitales de Cuenca y que hoy se mueven más que nunca por la pandemia provocada por el Covid-19. A algunos les ha tocado estar en el lugar donde se encuentran los pacientes contagiados.
Ese lugar, que tiene diferentes nombres ꟷsala Covid-19, Zona Cero, Sala de Contagiadosꟷ, es otro mundo: adentro hay profesionales de las distintas ramas de la medicina que sudan la “gota gorda”, como se dice en la jerga cuencana.
Los médicos usan los trajes especiales compuestos de máscaras, gafas, mascarillas y un uniforme que esperan sirva para protegerse y atender a las personas que un día están estables y otro necesitan ser entubadas.
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“Los primeros días era suave, por decirlo así, porque no había mucho paciente. Hacíamos turno dos doctoras doce horas cada una. Era tranquilo. Luego aumentaron los casos. Llegaron a cinco, a diez, a veinte y según iba avanzando, era más complicado porque solo el hecho de estar con el traje seis y ocho horas es agotador”, dice una profesional de la salud que trabaja en un hospital de Cuenca.
El calor que provoca usar el traje en un momento dado se vuelve infernal: las gafas se empañan y el sudor causa picazón. Ha habido casos en que el traje se ha utilizado por doce horas seguidas. ¿La razón? El médico o la médica quiere ayudar a los pacientes. No quieren despegarse de ellos porque están convencidos de su labor.
Incluso así llega el instante en que los trabajadores de la salud necesitan descansar, alejarse y respirar un poco. Necesitan olvidarse por un segundo de la situación y pensar en sí mismos, pero cuando lo pueden hacer, lo hacen solos, dado que les ha tocado aislarse de quienes conocían y compartían su vida con ellos.
La soledad
Cumplieron su turno y regresan a su casa. No estarán mucho tiempo allí, aun cuando deberían tener algunos días para descansar. Esto sucede porque al tercer o cuarto día los médicos reciben una llamada de sus jefes para decirles que deben volver al hospital debido a que necesitan de su ayuda.
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Pero antes de aquello, en sus cuartos, en sus departamentos y en sus casas, está la soledad. Quienes están atendiendo a pacientes con Covid-19 han optado por alejarse de sus familias y quedarse solos. En algunos casos han arrendado un espacio, en otros la familia ha decidido marcharse a otro lugar.
Sin embargo, quienes han tenido la oportunidad de arrendar, aquel proceso no ha sido fácil porque los arrendatarios y vecinos hacen preguntas por el temor: ¿por qué quiere arrendar?, ¿está aislado?, ¿está contagiado?
Por esa situación pasó un médico cuencano. Él tomó la decisión de aislarse de su esposa e hijos, porque si bien no ha tenido contacto directo con pacientes del Covid-19, sí ha estado con personas que atienden a los contagiados. Buscar un cuarto para aislarse fue una tarea ardua.
“Por más que uno busque y quiera pagar del bolsillo de uno, la gente muchas veces no entiende la situación por la que pasamos. Antes de conseguir el departamento busqué algunas opciones. En algunos lugares no querían por el tiempo y en otros hacían muchas preguntas. La gente piensa que uno está contagiado y quiere pasar la cuarentena en el departamento”, dice el médico, quien estará alejado de su familia un mes.
En la soledad algunos intentan interactuar con sus parejas, con sus hijos, padres, amigos. Pero la interacción es por un aparato electrónico que nunca significará lo mismo que tener a la familia frente a los ojos para sentirla a través de un abrazo, un beso y del compartir físico.
“Yo me siento sola (…) no es lo mismo hablar frente a una cámara. Llego a mi casa y estoy sola. Mi familia se fue. Pero yo hablo con mi esposo y le explico que es mi trabajo. Él se enoja, pero yo le digo que esta es mi profesión”, cuenta una doctora que habló sobre lo cansado que resulta usar los trajes de protección en el hospital.
Los “otros”
Los médicos siempre han sido los protagonistas, pero detrás de ellos hay un sinnúmero de personas que trabajan a la par y que están en la sombra de las casas de salud. Enfermeros y principalmente enfermeras, personal administrativo y de limpieza, mensajeros, guardias, pasantes…
En el sector de la salud, según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicado este 7 de abril de 2020, aproximadamente el 59% está compuesto por personal de enfermería. En Ecuador hay entre 20 y 29 profesionales en esta rama por cada 100 000 habitantes.
Con la declaratoria de emergencia sanitaria por el Covid-19 en el país, el personal de salud ha reclamado en todas las ciudades más implementos de seguridad para enfrentar la pandemia.
En Cuenca, la mañana del 6 de abril del 2020 un grupo de trabajadores del hospital regional Vicente Corral Moscoso -designado como «hospital centinela» para atender a los pacientes del nuevo coronavirus que presenten mayores complicaciones- se congregó en las afueras de esta casa de salud para exigir las herramientas que brinden seguridad.
Sin embargo, el gerente de ese hospital, Iván Feicán, explicó que las prendas que usa el personal están acorde al lugar donde trabajan.
“Es obvio que la situación de ellos es reclamar siempre prenda blanca, pero no es que les protege porque no están en contacto (con las personas infectadas). Quedemos claro en ello. Ellos reciben todas sus prendas, pero acorde al sitio donde trabajan”, dijo Feicán en una rueda de prensa del Comité de Operaciones de Emergencia provincial.
Aunque lo dicho por el gerente ha sido corroborado con las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud para el personal sanitario vinculado a la atención de los pacientes con Covid-19, la pregunta es ¿cómo los trabajadores puedan estar tranquilos con los datos de contagio en el país que cambian entre un funcionario y otro?
Contradicciones
El domingo 5 de abril, el viceministro de Salud Ernesto Carrasco aseguró a través de cadena nacional que 1 600 trabajadores de la salud estaban contagiados con el Covid-19, lo que representa el 44% de los contagiados en el país.
No obstante, al siguiente día, Iván Granda, ministro de Inclusión Económica y Social, refirió en un medio de comunicación cuencano que la cifra era “incorrecta”, y que había 555 personas contagiadas en el área administrativa y de la salud. El resto solo eran casos sospechosos.
Esa misma tarde, la cifra volvió a cambiar tras la intervención del ministro de Salud, Juan Carlos Zeballos, quien dijo que eran 417 los profesionales de salud contagiados. No obstante, horas antes en una entrevista con El Mercurio, Zeballos dijo que eran 515.
Las contradicciones desde cada uno de los ministerios han sido evidentes. Esto ha provocado mayor temor, angustia y coraje entre las personas que laboran en las casas de salud, ya que los datos han variado en menos de tres días.
Por el momento, y a la espera de que el número no aumente, en Azuay, Cañar y Morona Santiago, provincias de la Zona 6, hay 12 trabajadores de la salud con el Covid-19. Todos ellos, según la Coordinación Zonal de esta cartera de Estado, están estables y cumpliendo con el aislamiento.
Según los médicos consultados por El Mercurio y que atienden a pacientes con el nuevo coronavirus en Cuenca, se dispone de todos los implementos necesarios de protección. No obstante, pidieron que los datos y cifras sean las reales, dado que lo que pasa adentro, en las casas de salud, “dista mucho de la realidad” presentada por el Gobierno nacional a una población cuencana que todavía no se toma en serio la pandemia, algo que se ha evidenciado en el casi normal movimiento en la ciudad durante las mañanas antes de que empiece a regir el toque de queda, desde las 14:00. Avenidas y calles con permanente tránsito vehicular, tiendas y supermercados con gente, personas saliendo en grupo a comprar víveres, ha sido la constante en una urbe donde al parecer no se ha dimensionado la verdadera gravedad y el impacto del nuevo virus.