EDITORIAL|
Hay quienes consideran los cambios informáticos y su impacto de la colectividad un salto similar a la agricultura y revolución industrial, lo que justifica habla de una “revolución informática”. Es evidente que el mundo avanza por esa vía hacia un predominio de la inteligencia artificial. La aparición de este cambio tecnológico arrancó hace unos setenta años y sus innovaciones se han dado a un muy acelerado ritmo. Lo que hay que destacar es la rapidez con que se ha generalizado su uso y la relativa facilidad para adquirir los aparatos y procedimientos. Al margen de la complejidad de su uso, es importante notar que cada vez más sus artefactos se han convertido en componentes imprescindibles de la vida cotidiana.
Se habla hoy de “analfabetismo informático” con algo de razón y en los programas docentes, clases sobre su uso y ventajas prácticamente se inician desde la primaria. Con fundadas razones se dice que en un cercano futuro la mayor parte de procesos educativos se realizarán por esta vía, al margen de las tradicionales aulas, al igual que ciertos trabajos que desplazarán a las oficinas. La pandemia que vivimos ha hecho que este proceso se acelere y, ante el peligro de contaminación por grupos el ministerio de educación ha decidido que los procesos educativos se lleven a cabo por este medio. Consideramos acertada esta decisión, aunque no estemos lo suficientemente preparados para el cambio.
En países en proceso de desarrollo como el nuestro, salen a luz limitaciones del cambio. La prensa informa que en Azuay y Cañar hay unos 10000 niños que carecen de computadora e internet, lo que obliga a las autoridades educativas a buscar soluciones. Una sería que se facilite el acceso a los medios de esta tecnología, lo que no puede realizarse de la noche a la mañana por múltiples razones comenzando por la económica. El problema es más grave en el sector rural por la dispersión de la población. No hay recetas, pero hay que asumir este reto para lo que la creatividad realística es fundamental.