Vivir bajo asedio en Guayaquil cada dos años

Para los habitantes de la ciudadela La Atarazana, en el norte de Guayaquil, las elecciones llegan cargadas de múltiples problemas, uno de ellos el vivir un asedio que les impide recibir a familiares o amigos, y que merma sus ingresos considerablemente por las restricciones de paso.

La razón: tener de vecina a la delegación provincial del Consejo Nacional Electoral (CNE), lo que conduce irremediablemente al cierre de calles, a veces durante semanas.

Cada dos años, con los comicios locales o nacionales, militares y policías dividen la ciudadela y cercan un perímetro alrededor del centro electoral, condenando a cientos de familias a vivir encerradas en su propio barrio.

«Es complicado porque cierran todo el sector. Los carros tienen dificultad para entrar y el transporte público ya no pasa», relata a Efe Gypsi de la Torre, una terapista que reside en ese barrio desde hace seis años.

La experiencia electoral se traduce para los vecinos en «tener que caminar distancias más largas» para poder llegar al domicilio o negocio, «a veces hasta más de 10 cuadras», cuenta a Efe.

LA NOCHE MÁS LARGA

El «aislamiento» comenzó esta pasada madrugada, después de que decenas de policías y militares instalaran las vallas alrededor de un perímetro de hasta siete calles alrededor del CNE, una distancia en sus tramos más largos de doscientos metros. A veces, incluso más.

Con el inusual número de candidatos este año a la Presidencia y a otros cargos públicos, nadie en el barrio sabe cuánto las sacarán. Y el cerco podría regresar en abril si es necesaria una segunda vuelta presidencial.

La Atarazana es un barrio de clase media y clase media baja en la parte antigua de Guayaquil, cerca de las históricas Peñas y el puerto Santa Ana.

De la Torre cuenta que la noche más difícil es la de las elecciones, cuando el ingreso se hace más estricto para los vecinos y el CNE se convierte en centro de peregrinaje para candidatos y sus seguidores.

Porque desde la tarde, los partidos políticos llevan ya a sus simpatizantes ante la sede para hacer presión en los exteriores de la delegación electoral. Ese día, el barrio se convierte en zona de guerra.

«En las elecciones anteriores, cuando ganó el presidente Lenín Moreno, hubo muchos disturbios. Los que vinieron a apoyar a su candidato y se volvieron bastante peligrosos. La gente vino a hacer escándalo y hubo cierta peligrosidad. Fue preocupante», recuerda.

Aquella elección se resolvió con una pequeñísima diferencia de votos, en la que además hubo un apagón digital que condujo a denuncias de fraude por el candidato centroderechista Guillermo Lasso, que tiene en Guayaquil su residencia y su núcleo de apoyo.

Para el día de los comicios, los vecinos compran de antemano lo necesario y se encierran en sus casas.

LOS CLIENTES NO LLEGAN

Además de casas y pequeños negocios, en la zona hay dos hospitales, un pequeño centro médico y una fundación para enfermos terminales.

«Imagínese en esta época de covid, cuando los hospitales están llenos, que se necesita la asistencia, no se puede pasar. Hay que pedir permiso y la ambulancia tiene que esperar hasta que abran las vallas», explica De la Torre.

La presencia del CNE ha tenido, por un lado, la bondad de impulsar la actividad comercial en la zona pero, por el otro, la de convertirse en centro de una actividad política que, en ocasiones, no es nada agradable para los vecinos.

«Trabajar es complicadísimo porque a uno mismo no lo dejan pasar. Hay que rogarle a los militares, a los policías», se queja a Efe Raúl Medina, propietario de una peluquería en la calle frente a la delegación desde hace 11 años.

El encierro se traduce para él en una reducción de diez clientes al día a «uno o dos».

«Hace poco estuvo un vecino aquí y me enteré por él que hay que sacar salvoconducto. No dicen nada, ni a los dueños de los locales ni a los residentes. Yo no lo saqué y ya no sé si me van a dejar entrar», se lamenta.

UN PANORAMA QUE EMPEORA

Poco más de 13 millones de ecuatorianos están convocados a las urnas este domingo para elegir a su presidente y vicepresidente, 137 miembros de la Asamblea Nacional y cinco del Parlamento Andino.

Los moradores de La Atarazana coinciden en que, cada vez, empeora más el panorama tras el cierre de urnas.

«En las elecciones pasadas para la Alcaldía (2019) fue tremendo. Tuvimos que cerrar porque vino todo el populacho, quisieron meterse y hubo heridos», recuerda Édgar Gracia, que trabaja desde hace 20 años en un local de pollo asado en una esquina frente al CNE.

Lo de cerrar «al apuro» se ha convertido en rutina en los últimos años, cada vez que las manifestaciones se ponen violentas, pero su actividad económica se desploma en toda la época electoral.

«Las ventas bajan porque ya no dejan pasar a nadie. Los que consumen son los militares y policías apostados pero eso es muy poco», explica mientras ve colocar las vallas.

A veces, incluso cierran por algunos días porque las ventas bajan «al 20%» de lo habitual, debido a que muchas veces los policías y militares no los dejan pasar pese a contar con salvoconducto.

«Toca regresarnos a la casa y nos ganamos una multa por no venir a trabajar», asegura Gracia, para quien la mejor solución sería que el CNE «se cambie a otro lugar». EFE

REM

REDACCION EL MERCURIO

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