A un año de 
la pandemia
 hay heridas aún abiertas

Aunque es difícil saber la fecha exacta en la que se presentó el primer paciente de coronavirus en Cuenca, debido a que la vigilancia sanitaria tuvo dificultades en el inicio de la pandemia, los datos del Ministerio de Salud Pública dan cuenta de que fue un 2 de marzo cuando el virus llegó a la ciudad.

Si bien no fue hasta el 14 de marzo cuando las autoridades locales confirmaban la presencia de un primer caso en el Azuay, los datos actualizados dan cuenta de que para esa fecha el Azuay ya tenía 31 casos.

En la primera semana de marzo fueron nueve los contagiados y hasta la fecha en la que en Cuenca y a nivel nacional se declaró la emergencia sanitaria, esto es el 14 de marzo, 22 personas más ya tenían el virus.

Ese fin de semana hubo un concierto en la ciudad que pudo haber disparado las cifras, lo cual, afortunadamente no ocurrió.

La emergencia motivaba el encierro y la paralización de aquellas actividades que no eran indispensables, el tráfico fue restringido, las calles lucían vacías y mientras la naturaleza recobraba espacio la economía empezaba a debilitarse.

En ese entonces el impacto de la cuarentena no mostraba su real envergadura, pero a mitad de año las cifras de las Cámaras de la Producción daban cuenta de que 11.000 personas se quedaron sin trabajo, a julio esa cifra subió a 20.000.

En los hospitales se vivía otro drama, el número de pacientes se incrementaba más rápido que la compra o donación de equipos e insumos para enfrentar la pandemia. Hacia agosto del 2020, la situación tocó su punto más crítico con más de 800 pacientes nuevos por semana, camas llenas en el sector público y muy pocas disponibles en el sector privado.

Los médicos, declarados héroes en el combate al coronavirus, destinaron largas jornadas al combate de la pandemia, muchos alejándose de sus familias para evitar el contagio aunque también hubo quienes dejaron su vida en las salas de emergencia.

A pesar de su esfuerzo, médicos posgradistas no recibían su pago, los insumos que llegaban no eran los mejores o empezaron a escasear y sus condiciones de trabajo no fueron las mejores. Batas blancas pintaron las calles en una serie de protestas por exigencias que aún siguen presentes como un contrato fijo y mejoras en su protección.

La corrupción también dejó huella, en Azuay la Contraloría hizo observaciones por varias compras en los hospitales de la región y en las adquisiciones efectuadas por gobiernos locales y patronatos para ayudas humanitarias.

No todo fue drama, la pandemia también convocó a la solidaridad con los que se quedaron sin medios de subsistencia y con quienes luchaban por su vida en las salas de los hospitales. Donaciones y ayuda humanitaria no se hizo esperar.

La vacunación muestra una luz de esperanza para superar la crisis sanitaria, económica y social que deja la pandemia, mientras esta llega, la prevención sigue siendo el arma más eficaz para enfrentar el COVID-19. (JMM)-(I)

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