Este cuestionamiento hacía un articulista en uno de los diarios de la ciudad de Quito el domingo pasado, cuando considera el déficit fiscal como la madre de los desequilibrios. El primer boom petrolero que registramos en el país se da en la década de los 70. En efecto, la explotación petrolera, debido a la propiedad estatal sobre ese recurso, inaugura en Ecuador, gracias a la renta petrolera (cuyo precio de referencia por barril de crudo aumentó de 2.50 dólares por barril en 1972, a 3,90 dólares en 1974 y 21.45 dólares en 1979) una fase de espectaculares crecimientos de sus agregados macroeconómicos, al tiempo que propicia cambios profundos y trascendentales en las distintas esferas de la vida social. La política económica implementada, en lo fundamental respondió a las exigencias de la clase dominante; y se definió, por un enfoque puramente estadístico, procurando ciertos niveles de los indicadores económicos y financieros, al margen de la problemática social que aquejaba al país, con miras a lograr el equilibrio presupuestario, mantener un nivel adecuado de reserva monetaria, se optó por la austeridad fiscal en el gasto público limitando la participación del Estado en la economía, se disminuyó el crédito al sector público favoreciendo en cambio al privado, se estimularon las exportaciones y liberaron de restricciones las importaciones, además se congelaron los sueldos y los salarios.
El segundo boom petrolero en el país tuvo lugar a partir de 2007-2014 (el barril de petróleo pasó de 62.27 dólares en 2007, a 97.36 dólares en 2013, y en algunos meses superó los 100 dólares), época durante la cual, el Estado también aprovechó para expandir el gasto, y la mayor capacidad financiera del sector público, estimuló la oferta privada de bienes y servicios con lo cual muchos ecuatorianos empezamos a arrogar un nivel de vida más alto consumiendo en gran medida mayor cantidad de bienes importados, se atendieron obras tradicionales que estuvieron relegadas como infraestructura del transporte, se pudo abarcar también sectores sociales como educación, seguridad y salud.
Conviene subrayar que las dos bonanzas petroleras se caracterizaron (dejando de lado aspectos de corrupción que estuvieron presentes en ambos booms) por utilizar recursos estatales para atender las exigentes demandas sociales para alcanzar mejores niveles de “bienestar”; y desde esa perspectiva no considero años perdidos. (O)