No debe esperarse la celebración del Día Internacional de la Mujer para hablar de ella, para dimensionar sus capacidades, peor para recién hacerlas públicas; para reclamar por la vigencia de sus derechos, para protestar por el maltrato físico, psicológico, laboral, ni se diga por los asesinatos.
La Mujer es tal igual hombre, ni más ni menos. Al hombre nadie le ha dado derecho, salvo sus prejuicios, de considerarse superior, peor de tener patente de corso para querer humillarla, menospreciarla, ni se siga atentar contra su vida.
Nunca el mundo ha estado tan abierto como para seguir opacando las capacidades de las Mujeres. Sobresalen en los deportes- aún en los considerados “viriles”-, en la docencia, en la ciencia; tienen ese don natural de atisbar oportunidades para prosperar empresarialmente. Han desafiado caducas legislaciones para plasmar sus derechos.
En la política, a fuerza de tenacidad se han abierto espacios. Lideran alcaldías, prefecturas, juntas parroquiales, en la Asamblea Nacional, en la administración de Justicia, en la Policía, en las Fuerzas Armadas. En fin.
No debe esperarse cada 8 de marzo para reconocer el peso de la Mujer en la sociedad, en la familia, en la construcción de un mundo equitativo, de paz, de ambiente saludable, democrático y tolerante.
Tampoco caben ciertas categorizaciones, en especial en lo laboral, ni se diga en los hogares donde aún persisten tradiciones no compatibles con la evolución de la sociedad.
Eso tampoco debe servir para cerrar los ojos ante reprochables realidades como la violencia expresada de diferente forma (los femicidios, por ejemplo), no sólo en los hogares, también en los lugares de trabajo, en los centros educativos, en la calle y de más espacios públicos.
Hace falta mayor presencia del Estado con políticas más inclusivas; entre las propias Mujeres, más unión, aun por encima de los encasillamientos. Entre los varones: entender, valorar, cuánto valen la fuerza, el corazón y el cerebro femeninos.