Los cerezos florecieron diez días antes de lo habitual en Japón; Buenos Aires sufre sequías, altas temperaturas, incendios forestales; Perú y Ecuador atraviesan un cruento invierno con torrenciales lluvias, desbordamientos de ríos, deslaves que han provocado muerte, destrucción y aislamiento de regiones enteras, como sucede en el Azuay y el Austro ecuatoriano. En medio de este desolador panorama climático –evidencia irrefutable del calentamiento global– nos enfrentamos al más desolador deslave de la ética y moral pública, pues la corrupción ha tomado toda la estructura del Estado ecuatoriano y la desconfianza ciudadana en sus instituciones se vuelve no sólo caldo de cultivo ideal para que la violencia y el narcotráfico siembre el miedo y la zozobra en la comunidad, sino que la población empieza a “tomarse justicia por manos propia” y proliferan letreros como: “Ladrón cogido, ladrón quemado”, como sucede en diferentes sectores de nuestra ciudad. Los males que nos aquejan no sólo llevan la rúbrica de ciertos gobiernos –unos más que otros– sino también prácticas sociales que han permitido que la corrupción se incremente a través de conductas que transitan en los bordes de la legalidad; todo esto, en medio de una dramática situación económica que ha llevado a que Ecuador sea el segundo país de Sudamérica que más hambre sufre (FAO). (O)
CMV
Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social y Diplomado en Medio Impresos Experiencia como periodista y editora de suplementos. Es editora digital.
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