Si la política fuera feminista

No se necesitarían acciones afirmativas para dar espacios de participación política en la toma de decisiones a mujeres cuyos perfiles y trayectorias tan solo merecen una oportunidad. 

Si la política fuera feminista no se necesitaría celebrar la equidad de género en la configuración de equipos de trabajo, particularmente en los espacios de alta dirección, jefaturas departamentales, secretarías y coordinaciones.  Si la política fuera feminista, no sería necesario la representación paritaria en la configuración de candidaturas, ni la participación de jóvenes en las listas.  Las voces de poblaciones minoritarias tendrían una oportunidad de ser escuchadas y la opción de verdadera incidencia en la construcción de políticas públicas pensando en derechos de todos y todas sería una realidad. 

Si la política fuera feminista, las perspectivas de las mujeres, el enfoque de género, la mirada diversa, fuera una condición generalizada en la contratación de obra pública, como lo es la transparencia, o la inclusión de dos o tres proformas.  Nadie se escandalizaría porque se exija el componente de género en una propuesta de ordenanza, o porque un proyecto de construcción no cuente con la palabra movilidad alternativa o peatón como parte de sus componentes.  Si la política fuera feminista, las investigaciones tendrían en cuenta la diversidad poblacional tanto en su componente biológico como cultural.  

Si la política fuera feminista, la alcaldía o la prefectura no requerirían de configuraciones obligatorias para equiparar género.  Se entendería, sin mayores esfuerzos, que las construcciones se hacen de forma complementaria entre todas las visiones.  Hombres y mujeres viviríamos en una adecuada convivencia con los espacios de representación reivindicados para quienes han tenido décadas de paciente espera y cuya participación en democracia es más bien reciente. Si la política fuera feminista no sería necesario esforzarse por poner a las mujeres adelante en una foto pública.  

Pero la política no es feminista. Por eso se reclama, se reitera y se celebra cuando hay avances.  Un cargo nuevo es un paso, pero no es una política. Hasta que la política sea feminista, la agenda persiste. 

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