Dispuesto el viaje a Guayaquil y encaramado en el hoy común y cómodo medio de transporte, las busetas y con el enorme, grato y honroso motivo de ir para recibir un reconocimiento de la prestigiosa institución PRENSAMERICA, ascendí al Cajas imbuido de recuerdos y contemplación. Las yemas de dedos rocosos que se elevan para rascar la panza de las nubes, es un altar contemplativo sin igual. La transición al pajonal y su endeble y raquítica yerba, es casi imperceptible. Parajes tan queridos, volvieron cundidos hoy de posadas muy bien presentadas, donde la trucha reina en las mesas y la pesca deportiva, pasatiempo donde compras sin querer toneladas de peces enganchados al anzuelo, apenas uno lo tira al estanque con una bolita de pan. El jardín del Cajas, monumental fraude religioso que movilizó millones de creyentes y curiosos, aun parece palpitar con almas histéricas infundidas de divinidad.
El kilómetro 49 es verdadero y eterno tormento, donde el cerro parece estar constituido de enormes rocas y gelatina que se deslizan al mínimo aguacero y obligó drásticos y emergentes arreglos en una sinuosa, estrecha y peligrosísima trocha bañada ligeramente de asfalto. Los derrumbes intempestivos y grandes rocas de improviso y la neblina como socia activa, constituyen una ruta del terror.
Guayaquil, bella, pujante y rica, iluminada hasta el cansancio por el infinito comercio y restaurantes, le otorgan clarísimo puesto entre las megaciudades del mundo. Rodeado cordialmente por viejos amigos y sus maravillosas familias, mi espíritu se inflamó de gratitud. Humilde, fui objeto de monumental agasajo. Gratitud desborda mis profundidades y existirá para todos ellos como marchamo de mi vida. Agasajado, fui invitado a muchos lugares y salones. En todos ellos, riguroso guardia de seguridad embutido en recio chaleco salvavidas, exhibiendo descomunal pistola entre sus manos y pecho, fue la tónica común. Puertas de seguridad de grueso material y otras de rejas decorativas, fue siempre el saludo que recibí a la entrada, cosa a la que están acostumbrados mis amigos “monitos” que contaban sus experiencias con la delincuencia, unos con raterías de poca monta como el que se le roben costosos celulares o computadoras a punta de pistola mientras se espera el semáforo y otros pasaron o fueron testigos de plagios y balaceras. Terror es el que vive Guayaquil. Todo el mundo a la defensiva más ominosa. Todos con el dios mío en la punta de la lengua, mientras gobernantes no toman una drástica e indispensable conducta contra el hampa, droga y asalto. (O)