Los cuencanos tenemos tanto recelo de la corrupción y nos sentimos tan conmocionados por las evidencias que cada día develan más el estado de descomposición moral de la estructura del Estado, que casi a gritos reclamamos que se detenga, sin que tengamos ninguna certeza de que eso acontezca si dejamos, una vez más, que quienes forman parte de ese mortal deterioro sean quienes lo resuelvan. En realidad, ellos no lo pueden hacer, porque muchos medran en esa corrompida urdimbre.
Varios ciudadanos de la localidad, desde siempre, han denunciado el horror y la venalidad del centralismo y los perjuicios que ha causado y causa a los altos intereses de mejoramiento y prosperidad a los cuales aspiramos. El sistema centralizador es incorrecto conceptualmente y, sobre todo nefasto, porque es terreno propicio para el robo y la corrupción.
La voz de quienes permanentemente lucharon contra el centralismo ha calado en importantes grupos ciudadanos que ahora no solamente protestan por las intentonas centralizadoras, sino que luchan contra ellas utilizando recursos legales, que siempre han sido las más potentes posibilidades de acción que, el sistema jurídico ha establecido, para oponerse a la incorrección y al abuso. Creo que ese es el camino. Es la vía más directa y efectiva, porque está revestida de la posibilidad del uso de la fuerza legítima para garantizar que sus resoluciones sean cumplidas cabalmente. Entre nosotros, no siempre asumimos esta posibilidad, prefiriendo la realización de diversas gestiones para tratar de solucionar los problemas. Esta actitud, en el caso de la administración pública, es ingenua y nunca ha resuelto nada.
Pese a su precariedad, el sistema judicial ecuatoriano, es el espacio más efectivo para luchar de manera contundente en contra de lo que afecta y perjudica no solamente a los individuos, sino a las comunidades. (O)