El miedo, ni se diga el pánico, lo olfatean los delincuentes, con mayor razón los integrantes de las bandas criminales, cuyos azotes tienen amilanados a la mayoría de ecuatorianos.
Ellos, desde sus escondites, incluso a plena luz de día, planifican y actúan a mansalva, secuestran, extorsionan, roban, asaltan, activan explosivos donde quieran, balean unidades policiales; se matan entre sí, disputándose territorios tomados a la fuerza y en complicidad también; se saldan cuentas, tienen el control de las cárceles, cuando no el favor de ciertos jueces para fallar a su favor aprovechando una legislación débil y el exceso de garantías constitucionales, intocables lo peor, otorgadas hasta por un juez residente en el más recóndito lugar del Ecuador, a pretexto de ser “multicompetente”.
En consecuencia, han sembrado el terror en la población, cuya reacción, producto de la indefensión a todo nivel, es el miedo, el pánico.
En tales condiciones, la delincuencia se siente a sus anchas, especialmente con la extorsión (“vacunas”), un delito cuya onda debe haber llegado a todo el país, causando grandes pérdidas económicas, desocupación, emigración, cierre de negocios, sin contar las muertes.
Esto, de ninguna manera significa menospreciar el esfuerzo de la Policía Nacional, varios de cuyos miembros han sido asesinados cumpliendo su deber. Se enfrentan, además, en desigualdad de condiciones con los delincuentes, portadores de armas de grueso calibre.
En tal contexto, vale resaltar los convenios suscritos por las autoridades locales con el Ministerio de Interior para fortalecer la seguridad en la provincia del Azuay.
Destaca la implementación de cinco “portales de seguridad” en varios tramos de las vías intraprovinciales y el funcionamiento del aeropolicial, en proceso de reparación.
Valen los esfuerzos, la coordinación interinstitucional, el trabajo policial, el del Ejército, para batirse contra un enemigo común. (O)