Las elecciones en el sistema democrático tienen que ser pulcras, absolutamente pulcras, poque deben expresar la voluntad soberana del pueblo. Así fue como se las instituye por la legislación del sufragio en el mundo occidental desde sus orígenes.
Y, no puede ser de otra manera, ya que cualquier duda por las causales probadas en derecho, deslegitiman los resultados de los procesos electorales viciados por el virus del fraude, peor aun cuando el magnicidio de un candidato presidencial, como aconteció con Fernando Villavicencio, dejó a más de dos millones de ciudadano o más sin su opción.
Qué decir de los apagones informáticos y las acciones abusivas de quienes detentan el poder con las prácticas usadas por los gobiernos corruptos del mundo y de nuestra América como los procesos electorales de la década siniestra marcados por la duda.
Memoria. Hagamos memoria.
En estos días se han dado los resultados del censo poblacional del 2022, somos 16’938. 986, no los 18 millones de las previsiones y de los que según el padrón electoral 13’045.553 se encuentran inscritos para ejercer el sufragio, pero salta la observación presentada por estudiosos del tema, sobre tan alta cifra en capacidad de ejercerlo y si consideramos que el voto facultativo de personas entre 16 a 18 años como de la tercera edad fluctúa en alto porcentaje. En concreto el padrón electoral debe ser rigurosamente controlado.
El Consejo Nacional Electoral debe respondernos y aclarar sus actuaciones antes que se realicen las elecciones del 15 de octubre. El hecho de anular las elecciones realizadas el 20 de agosto en el exterior para asambleístas, porque no votaron los migrantes en un amplio porcentaje y ante las denuncias de un hackeo ensombrecen la legitimidad del proceso. Si entonces se hizo, también lo harán ahora. Los ciudadanos ecuatorianos tenemos el derecho de exigirle total transparencia. (O)