Para pensar hace falta querer pensar. Esto a su vez surge de la necesidad de comunicar. Suponemos que hay algo beneficioso para cada uno en la comunicación, como un probable reconocimiento del otro, o más allá de la exigencia narcisista, la construcción de un lugar de pertenencia en el mundo. En cualquier caso, esta voluntad de pensar debe organizar el mundo, tanto haciendo suyas ideas de otros, como produciendo ideas propias. Por supuesto que, en un nivel superior, la autoconciencia descubre que es el propio lenguaje, la cristalización de un orden del mundo, un orden fundacional que ha sido recogido y conservado sobre todo con fines funcionales, por lo que pensar por uno mismo En gran medida es, como lo dijo Deleuze, la creación de conceptos. La pregunta ¿queremos pensar? nos obliga a ubicarnos histórica y territorialmente, es decir, pensar, aunque no queramos, porque efectivamente, en un contexto donde las vivencias pasan a ser supervivencias, la importancia crucial del pensamiento va desvaneciéndose para poder cumplir con las urgencias de lo que es (llámase modo de producción, sistema social, realidad, etc.), es decir, una situación precaria que ahonda el drama de nuestra propia deshumanización. Pensar es resistir y viceversa. (O)
CMV
Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social y Diplomado en Medio Impresos Experiencia como periodista y editora de suplementos. Es editora digital.
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