Un pueblo que no existe

Esta historia no es una historia. Es un cuento macabro sobre una sociedad que no existe. Una nación que olvidó su historia y extravió sus símbolos. Un pueblo que, durante demasiado tiempo, miró impávido a la corrupción rapaz crecer como una hiedra sobre las instituciones, hasta cubrirlo todo. Uno tras otro, se sucedían los líderes: izquierda, centro, derecha, militares, populistas, profesores, niños ricos, innumerables líderes que eran derrocados o se sostenían lo suficiente como para convertirse en tiranos.

Pero no se puede abusar de la historia, porque tarde o temprano, el pasado llega a cobrar la apuesta. Y entonces la oscuridad de la noche cayó sobre aquella nación. Pueblo sin paz, pueblo sin rumbo… tierra de nadie. Oscuras se levantan sobre el horizonte las nubes grises que anuncian la tormenta. La gente vagando en búsqueda de un empleo improbable, lanzándose hacia las fronteras para buscar otras tierras, lejanas, ajenas. Las ciudades arden en medio de la violencia sin tregua, desbordadas por las drogas y las armas. El pueblo, desesperado, sale a la calle para ganarse el pan con el cuchillo entre los dientes y es pasto fácil del crimen. Las redes lo denuncian. Los medios lo niegan. El pueblo lo sufre en las calles, financia el descalabro desde los impuestos, paga el naufragio con hijos, con padres, con hermanos, con sangre.

Tiembla la tierra en su agonía, mordida en sus entrañas por el socavón de la mina, que se abre como las fauces de un gigante para engullirlo todo. El pueblo defiende como puede su derecho a la tierra, al agua, a la vida, pero poco puede ante la boca siniestra de los fusiles. Los privilegiados, los dueños del poder miran el cataclismo desde sus urbanizaciones amuralladas. No se inmutan. Se saben seguros, porque uno de ellos se sienta en el sillón presidencial. Ellos no pagan las cuentas, ellos no rinden cuentas, ellos no van a la cárcel porque son ellos los que tienen las llaves.

Si, se trata de una fábula, de una leyenda dolorosa sobre un pueblo que no existe, que no es el mío, pero se parece. Se parece demasiado, y eso duele… (O)

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