Resulta un muy interesante desafío intentar descifrar en qué momento perdimos el sentido del bien común, o cuándo la vida humana y la vida misma se convirtieron en una mercancía, o en qué momento la palabra dejó de tener valor entre nosotros, o qué sucedió con la “isla de paz” ahora convertida en uno de los países más violentos de la región. Bien vale la pena reflexionar sobre nuestra participación –directa o indirecta, por acción u omisión– en el entramado aterrador de corrupción e impunidad que nos rodea y nos está ahogando, así como también observar nuestra salud mental porque, cómo es posible que hayamos perdido la capacidad de indignarnos y de repudiar aquellos actos contrarios a la ética, a la moral, a los derechos, al sentido común para enraizar entre nosotros un miedo y una desconfianza irracional al otro, al distinto, al pobre, al que piensa y vive diferente. Es vital y, por tanto, urgente, cuestionarnos y deliberar en torno a los viejos y a los nuevos problemas que enfrentamos porque requieren ser pensados, conceptuados, aclarados con el más auténtico espíritu y pensamiento críticos para que nos permita repensar nuestra realidad y circunstancias, a fin de actuar y transformar esta lacerante y angustiante situación que vivimos. Reivindicar nuestro derecho a la indignación, al repudio y a la esperanza, es un primer paso. (O)
DZM
Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social con experiencia en coberturas periodísticas, elaboración de suplementos y materiales comunicacionales impresos. Fue directora de diario La Tarde y es editora.
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