Lo opuesto a la libertad es la necesidad. Aquello que impone y determina, incluso, en nuestras más íntimas posibilidades de elección. La necesidad a pesar de tener una raíz inexpugnable (la naturaleza), es históricamente modificable. En la liberación de la necesidad se enmarcó la idea de progreso, cuando alguna vez tuvo un sentido emancipador. En la actualidad el progreso solo supone la sumisión a las necesidades del capital. De hecho, parece que en la sociedad neoliberal se reemplazó la idea de libertad por la idea de progreso (económico). Cuando se suponía que la libertad, ese anhelo humano hacia la perfección de la convivencia, esa capacidad laica de poder dictarse las propias normas morales, ese ejercicio más claro de identidad, debía estar plenamente incorporado en la estructura del ser en el mundo; se ha instrumentalizado al punto de convertirse en la razón de una nueva necesidad, la necesidad del capital. Estamos condenados a ser libres, pero no como habría querido Sartre, sino por la indolencia del “sálvese el que pueda y como se pueda” de la estructura económica y política actual. Por la cultura de la competencia, por la estética narcisista, por la organización del trabajo y el consumo, y por ese mito que nos mantiene creyendo que somos libres cuando en realidad somos una constante manipulación algorítmica sin sentido fuera de los intereses del mercado. (O)
DZM
Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social con experiencia en coberturas periodísticas, elaboración de suplementos y materiales comunicacionales impresos. Fue directora de diario La Tarde y es editora.
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