A los hermanos de Venezuela

En estos momentos críticos por los que atraviesa la patria de Simón Bolívar, deseo a través de estas letras dirigirme a ustedes hermanos de Venezuela, con la intención de apoyarlos y defender a quienes arriesgan su vida y libertad por causa de la democracia.

Ni las detenciones injustas, ni la prisión, ni las golpizas públicas propinadas por la llamada Guardia bolivariana, han podido doblegarles.  Larga y llena de obstáculos es vuestra lucha cívica por ver libre a su querida patria.

Al compartir con ustedes su lacerante tragedia me pregunto: ¿Dónde están sus hermosos valles, las vastas praderas, los melodiosos arroyos y las montañas silenciosas en cuya compañía disfrutaban de paz, libertad y confraternidad?

 Luego del paso del tormentoso vendaval del caudillo chavista y hoy con su obnubilado Maduro, sólo les queda su valor y dignidad. El petróleo que era su sustento material, hoy les ridiculiza, y sus verdugos se mofan a sus espaldas, pero recuerden, que la valentía y la dignidad son sus compañeras, y el amor su ciencia.

Hoy están siendo gobernados por hombres de hueca inteligencia que han vendido a su pueblo por el oro negro y los diamantes.

Antes de que llegue al poder Chávez, los venezolanos vivían compartiendo entre toda la dicha de la vida en un ambiente de paz y democracia, comiendo arepas, jugando, trabajando, cantando y bailando la melodía de la verdad del corazón; actualmente muchos de ellos deambulan por calles y parques como corderos asustados, perseguidos y vigilados por lobos importados de alguna isla caribeña.

Los venezolanos eran ricos en felicidad, y hoy son pobres a pesar de su petróleo, son esclavos de pie ante la riqueza, la misma que les robó la belleza de la vida democrática que por muchas décadas conocieron.

Yo no creía que la inmensa riqueza petrolera de Venezuela fragmentaría su vida y la conduciría a las cárceles de la torpeza y la estupidez. Lo que antes era su gloria, hoy no es más que el eterno infierno.

Venezolano, eres mi hermano, porque eres un ser humano, y ambos somos hijos de un mismo espíritu; somos iguales y hechos con el mismo barro.

Los hombres son esclavos de la vida y de ciertos sátrapas de toda especie que por azar del destino han conseguido el poder político. Es una esclavitud que llena sus días con miseria y desesperación, e inunda sus noches con lágrimas y angustia.

Hermano venezolano y de nuestro vapuleado Ecuador, la vida sin libertad es como un cuerpo sin alma, pueden encadenar tus manos, atar tus pies y arrojarte a una oscura prisión; pero no podrán reducir tu espíritu a la esclavitud, porque es libre. Recuerda que quién abraza la muerte con la espada de la verdad, de la democracia y de la justicia vivirá eternamente. (O)

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