La educación cívica, en síntesis, es una herramienta que permite articular un comportamiento adecuado de los ciudadanos que coexisten en un espacio social específico, sobre la base del cumplimiento de principios y valores concertados de manera colectiva y que son asumidos como necesarios para el mantenimiento de la vida en conjunto. Dicho esto, quienes necesitan educación cívica en primer lugar no son los niños ni los jóvenes. Son los padres irresponsables, los empresarios que explotan, los periodistas que mienten, los profesores que acosan, los curas pedófilos, los policías corruptos, los militares abusivos, los políticos camiseteros, los gobernadores inconsecuentes, que defienden intereses ajenos y no cuidan ni a las poblaciones ni sus territorios, los líderes sociales que transan, los alcaldes que promocionan su imagen con fondos públicos cada vez que difunden la ejecución de obras que por deber deben hacer, como si hicieran cosas extraordinarias, los concejales alcahuetes, los consejeros que se insultan en público, los jueces injustos, los asambleístas ignorantes, los ministros indolentes, los burócratas ineptos, las asesores antiéticos, los expresidentes prófugos, y los presidentes que hacen campaña anticipada, y así, ad infinitum con quienes manejan algún espacio de poder por pequeño que este sea. (O)
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