Galileo Galilei, el famoso astrónomo que desafió la creencia de que la Tierra era el centro del universo, es hoy un símbolo del genio incomprendido. En su tiempo, fue ridiculizado y condenado al arresto domiciliario, pero sus ideas revolucionarias eventualmente fueron validadas, y este «éxito» ha inspirado erróneamente a muchos a pensar que, si son criticados o ridiculizados, es porque tienen razón. Sin embargo, no todas las ideas atacadas son correctas. Y ahí nace lo que los psicólogos llaman el «Galileo Gambit»: la creencia de que, si nuestra idea es rechazada, entonces, como Galileo, no somos comprendidos. Pero la realidad es más compleja.
Con frecuencia, en la vida cotidiana, caemos en esta trampa, nos aferramos a nuestras opiniones no porque estemos convencidos de su validez, sino porque la crítica nos hace defenderlas aún más. Nicholas Tavuchis, experto en interacción social, llama a esto el “rechazo reactivo”, una respuesta automática ante el ataque, que muchas veces no tiene que ver con la lógica, sino con el orgullo. Es un fenómeno que vemos en las discusiones familiares, laborales y en las pequeñas decisiones del día a día.
El problema con este síndrome es que insistir en una idea solo por ser cuestionada no es sinónimo de estar en lo correcto. Adam Grant, en su libro Think Again, señala que la verdadera sabiduría está en revisar nuestras creencias cuando la evidencia no las apoya. Así, lo que tomamos como señal de ser incomprendidos es simplemente una señal de que debemos reconsiderar nuestras ideas. No todos estamos destinados a ser Galileos; a veces, el verdadero genio está en ser lo suficientemente flexible para cambiar de opinión, y tener la madurez de aceptar que nuestras ideas pueden estar equivocadas. (O)
