¿Qué es la felicidad? Todos alguna vez nos hemos hecho esta pregunta, porque deseamos ser felices; el problema no es sólo como conseguirlo, sino también cómo definirlo.
En términos generales, la filosofía entiende que la felicidad es el supremo bien o el bien objetivo al que tiene derecho el ser humano como ser racional.
Algunos filósofos occidentales como Leibniz conciben a la felicidad como una actitud mental que el hombre puede asumir conscientemente, es decir, es una decisión personal.
En la filosofía oriental a la felicidad se la concibe como una cualidad producto de un estado de armonía interna, que se manifiesta como un sentimiento de bienestar que perdura en el tiempo, y no, como un estado de ánimo de origen pasajero, como generalmente se la define en occidente.
En mi criterio, ser feliz, consiste, por lo tanto, en aquella forma de vida que desarrolla cada ser humano, en la que despliega su personalidad hecha, firme, con sello propio, con la que se siente identificado, a gusto, satisfecho, tranquilo y en paz interior.
Una persona que vive bajo el funesto velo de un Estado autoritario, que lo controla todo, sumiso(a), con temor a una justicia, que vive en cautiverio del poder político, y sin libertad de expresión; que tiene que cumplir al pie de la letra el plan nacional para llegar a la felicidad, previamente programado desde las alturas del poder; será muy difícil que se sienta feliz, porque no se ha encontrado consigo misma, no ha hallado la clave que la armoniza por dentro y la hace portadora de una conducta positiva por fuera.
La felicidad es una irrevocable tarea personal, que no puede ser transferida a nadie, y, pero aún al Estado. Ninguna organización política puede apropiarse de la felicidad de la gente. El Estado puede, y debe crear las condiciones necesarias para que cada cual, en forma libre y responsable se aproxime a su perfil de dignidad, humanidad y sea el actor del drama de su vida.
La historia nos ha demostrado que, los pueblos que vivieron bajo regímenes totalitarios y despóticos, fueron transformados por sátrapas de la peor especie, en seres obedientes y callados, de hombres libres a desterrados a la cultura en propaganda y sus Naciones en prisiones; expropiando el concepto de felicidad. Sus habitantes fueron seres silenciados por el miedo, dependientes de la burocracia, humillados por las tarjetas de racionamiento y por jueces CORRUPTOS y serviles.
Aprendamos a “vivir bien” bajo un marco de libertad, democracia y verdadera JUSTICIA, para luego buscar la paz y la felicidad.
La felicidad y la tristeza son cantos del corazón, que se abren paso hasta el trono de Dios, aún, cuando se enmarañen entre los lamentos de millones de almas que viven cubiertas bajo el velo de la pobreza y la injusticia. (O)