Estas dos semanas

David G. Samaniego Torres

“Vamos pastores vamos, vamos a Belén”. Dos semanas y algo más nos separan de la navidad. Es obvio y procedente, que quienes creemos en el misterio navideño: Dios convertido en un frágil infante, nos preparemos debidamente para que, llegada la Nochebuena, nos sintamos a gusto y, además, felices de recordar ese misterio tan grande y pequeño a la vez.

Con el temor de ser impreciso, un tercio de nuestra comunidad ecuatoriana se prepara a conciencia para recordar este misterio. Los demás han sido ya presa del mundo comercial, de fiestas y francachelas, y se extraviaron o no conocían el camino. Nunca llegarán a donde un día quizá pensaron ir o nunca supieron a donde debían dirigir sus pasos.

Los grandes vendavales echan al suelo todo lo que encuentran al paso; cuando termina la borrasca quedan recuerdos de algo que pudo ser. La publicidad se ha encargado de adueñarse de ciertas fiestas religiosas o cívicas y bajo pretexto de darles importancia y difusión concluyeron banalizando su razón de ser. Esto pasó y pasa con la navidad.

De un tiempo a esta parte, noviembre y de manera especial diciembre han sido tomadas por las empresas publicitarias como el mejor momento para promocionar sus productos. Todo es bueno, útil y pertinente: ropa para la familia, decoraciones llenas de lujos y colores, electrodomésticos, muebles e inmuebles, automóviles, viajes, etcétera. Todo presentado con recursos publicitarios que impacten. La pregunta es: ¿todos estos productos que se publicitan qué tienen que ver con el pesebre, con la navidad?

¿Consecuencias? La publicidad con ocasión de la navidad nunca consiguió adeptos para el misterio. Termina diciembre y con seguridad nuestra gente, inclusive la más pobre, tendrá menos dinero y sus deudas serán una carga en las finanzas ya maltrechas de nuestra población. ¿La fe?

El consumismo y las necesidades hábilmente creadas y publicitadas se adueñaron de diciembre hace mucho. En nombre de la libertad se asestó el golpe más fuerte a la sencillez y pobreza del pesebre.

Un pedido muy cordial, espero que también sea pertinente. El pesebre nos presenta a la familia unida: María, José y Jesús. La naturaleza que lo rodea  nos habla de amor al campo, a la vegetación y a los seres vivos que lo pueblan. El pesebre es símbolo de paz, silencio, amor. Recrear este ambiente debe ser un propósito en cada hogar cristiano. ¡Estamos a tiempo! (O)

Dr. David Samaniego

Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. Fundador de Ecomundo, Ecotec y Universidad Espíritu Santo en Guayaquil. Exprofesor del Liceo Naval y Universidad Laica (Guayaquil) y colegio Spellman (Quito).

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