A diario muchas cosas compiten por nuestra atención, el teléfono vibra, las notificaciones se acumulan, y la lista de pendientes se parece cada día más a la canasta de la ropa sucia, una suerte de cuerno de la abundancia que no tiene fin. Todo eso nos agota mentalmente, es como si lleváramos una mochila invisible llena de piedras chiquitas, fenómeno que se conoce como carga cognitiva.
John Sweller, quien desarrolló esta teoría en los años 80, señaló que nuestra mente es como una mesa con espacio limitado: solo podemos procesar unos cuantos elementos a la vez. Y no sé cómo estará su “mesa”, la mía esta está casi siempre sobrecargada y más en esta época en la que a lo habitual se suma encontrar tiempo para ir a la novena, la lista y compra de regalos, no olvidarnos del amigo secreto, el exceso de comida y bebida, entre tanta ceremonia y detalle adicional de la época más cálida del año.
La sobrecarga mental no es nueva, pero parece haberse intensificado en los últimos años, y a diferencia de generaciones pasadas, que lidiaban con un flujo de información más lento, nosotros enfrentamos una avalancha constante. Según Daniel Levitin, en The Organized Mind, nuestra capacidad de atención es finita y, al dirigirla en demasiadas direcciones, terminamos agotados, menos creativos y más propensos al error.
Sin embargo, hay formas de aligerar este peso, y una de ellas es simplificar nuestras vidas, algo que David Allen, creador del método Getting Things Done, sugiere al invitar a anotar nuestras tareas pendientes. A decir de Allen, «La mente es para generar ideas, no para retenerlas», por lo que al delegar el almacenamiento de información a una agenda o aplicación, se libera espacio mental valioso y disminuye nuestra carga cognitiva. (O)
@ceciliaugalde
