La migración irregular hacia los Estados Unidos está llena de riesgos, cada vez peores, la muerte incluida.
Siempre lo ha estado. Siempre ha sido advertida. Las desgracias son de pleno conocimiento de quienes se ponen como meta de vida alcanzar el “sueño americano”, en las actuales condiciones más distante y casi mayor sin esperanza, si la esperanza es mejorar la situación económica; más riesgosa si la ilusión es la “reunificación familiar” entre los “sin papeles”.
Una información para nada grata da cuenta de una nueva matanza de migrantes en la frontera entre México y los Estados Unidos, concretamente cerca de Arizona.
Una caravana de vehículos fue baleada e incinerada. Al menos 23 migrantes eran ecuatorianos. Todavía no se informa el número exacto de fallecidos, entre ellos un niño de apenas cuatro años de edad, cuya madre fue llevada a un hospital.
Una vida tierna cegada de manera cruel; igual las de los mayores, casi todos calcinados. Este asesinato masivo, con seguridad, quedará impune, como siempre ocurre.
El ataque sería responsabilidad de una de las tantas bandas criminales existentes en México, cuya disputa por los migrantes irregulares a fin de extorsionarlos, muchas veces se salda con sangre y muerte de aquéllos.
Esta vez, camuflados en vehículos con apariencia de pertenecer a las fuerzas militares causaron la vil masacre, un método siempre aplicado si los migrantes no aceptan sus extorsiones, pagadas por sus familiares en Ecuador o en los Estados Unidos.
Al gobierno mexicano prácticamente se la ido de la mano el control de esas bandas criminales. También le resulta imposible controlar la llegada a su territorio de cientos de miles de “indocumentados”.
Gobiernos de los países “exportadores” de migrantes tampoco tienen políticas de estado para mejorar las condiciones de vida de la gente, cada vez más pobre, sin oportunidades, o sencillamente obnubilada por arribar a un falso paraíso, donde ya casi no hay cabida.