La delincuencia con sus diversos rostros no da tregua. Cientos de malhechores pululan por las calles de pueblos y ciudades, se esconden donde más puedan, incluso arrebatando viviendas ajenas, a cuyos dueños les expulsan so pena de victimarlos. Como ocurre en otros países, asimismo tomados por la violencia criminal, ejecuta prácticas inaceptables en un ser humano, como el de cortar los dedos de sus víctimas secuestradas para conseguir sus innobles propósitos.
Distribuidos en diferentes bandas, cuyos nombres superan lo inimaginable, con armas de grueso calibre, dotados de alta tecnología, con informantes propios, sabedores de lo laxo de las leyes y de la existencia de ciertos jueces timoratos, con alta confianza por ser parte de carteles con alcance internacional, desafían a la Policía Nacional, al Ejército y al mismo Estado.
Ninguna ciudad está libre del accionar de esos grupos criminales, una de cuyas atrocidades parece incontrolable. Nos referimos a las extorsiones, comúnmente conocidas como “vacunas”. Son ejecutadas entre las sombras, y su exponente máximo de maldad es amenazar de muerte a las víctimas o colocar explosivos en sus casas, comercios y negocios.
En estos días, dos hechos llaman la atención en Cuenca. Uno, el traslado a la cárcel de Turi de algunos líderes de un grupo criminal. No llegan solos. Tras ellos lo hacen sus compinches. Lo demás es deducible.
Dos, el hallazgo de armas de fuego, tacos de dinamita y de prendas de vestir tipo policiales en un centro de rehabilitación clandestino, usados para perpetrar extorsiones y robos a locales comerciales en la ciudad.
Asimismo, en los sectores rurales sigue el abigeato y otros tipos de robos.
El país, lamentablemente, parece haber sido permeado por la delincuencia. Y no se trata de cualquier delincuencia, fácil de ser derrotada de un día para el otro. Enfrentada, declarada como terrorista, aún así se camufla, migra, se repliega y luego contraataca. Actúese contra ella de manera implacable.