El vértigo espantoso en que se desbarranca la política del Ecuador es algo que parece no tener medida. A veces he pensado que ya nada de lo que suceda acá debe sorprenderme o causarme susto y desgrado. Pero veo que he estado completamente errado. Lo que en estos días vemos no puede ser más preocupante y espantoso. Pienso que desde Bélgica vienen las instrucciones, fatídicas, por cierto, para muchos de los eventos que nos conmocionan. Pero por eso mismo tenemos la impresión de que algo tremendo se avecina.
Esa tal Asamblea Nacional convertida más que nunca en la cueva del demonio, en el laberinto del Minotauro, está feliz con tanto caos porque en este puede liberar sus bajas pasiones y agitar más aún el ambiente del país, ya de por sí tremendo, pero sobre todo puede ocultar en mejor forma la incapacidad y estulticia de sus integrantes. Se siente seguramente ansiosa por ver a qué desastre nos podría conducir el desbarajuste en que ha caído el país, el Estado.
Allí se ve muy claramente las garras del prófugo que seguramente estará sintiéndose feliz con tanto desorden, con un relajo que colabora muy eficientemente para sus aspiraciones de retornar cuando consiga él y sus ovejunos que los delitos que cometió tan desvergonzadamente le sean perdonados y sus sentencias anuladas.
Los miserables políticos miran emocionados la crisis en la que hemos caído por la ambición ridícula de la Vicepresidenta que no es capaz de disimular sus ansias por ocupar el solio presidencial que nunca habrá estado ni en sus más inauditos sueños ¿Qué capacidad ha demostrado algún día para aspirar a la Presidencia de la República?
Los que se autodenominan izquierdistas, incapaces de ver la desventura en que se hunden países víctimas como Cuba, Nicaragua, Venezuela, se lamen los bigotes pensando en la forma de hacer mayor el desastre nacional echando la culpa hasta de la sequía al gobierno.
Al Presidente Noboa se le puede reclamar el hecho de no haber podido escoger a personas eficientes y calificadas para colaborar con su gestión. Ciertamente que el mandatario no puede hacerse cargo de las múltiples funciones que implica su alto cargo, pero debe escoger con eficiencia a quienes van a desempeñarlas. (O)