En Nahariya, a apenas 10km de la frontera con el Líbano, es difícil encontrar a alguien contento tras la firma de un alto el fuego con Hizbulá y frases como «la guerra no ha terminado» o «no me fío de ellos» se repiten en los cafés de esta localidad; que nunca fue evacuada y en la que las alarmas antiaéreas no han dejado de sonar durante el último año.
Esta ciudad costera, de casi 64.000 habitantes, ha sido una de las más afectadas por el intercambio constante de fuego entre Israel y Hizbulá desde el 8 de octubre de 2023. Solo en el último mes, al menos cuatro vecinos murieron por el impacto de cohetes o metralla de las intercepciones.
El último, un joven de 27 años el pasado 21 de noviembre, días antes del cese de las hostilidades que entró en vigor ayer.
«No sé cómo sentirme al respecto», confiesa el soldado reservista Yogev, de 23 años. «Yo sólo hago lo que me dicen, y si me dicen que tengo que ir a la frontera a defender, eso es lo que hago».
Yogev está a punto de regresar a la divisoria con el Líbano, donde ya ha servido durante más de 250 días y, al igual que muchos otros residentes, manifiesta dudas: la paz acordada tras la segunda guerra entre Líbano e Israel en 2006 se quebró hace un año, por lo que, como entonces, la violencia puede volver a estallar en cualquier momento.
Pese a la entrada en vigor del acuerdo ayer a las 4.00 de la madrugada (2.00 GMT), tanto las tropas israelíes como los milicianos de Hizbulá siguen presentes en el sur de Líbano. Ambos tendrán que abandonar la zona fronteriza en la denominada Línea Azul hasta el río Litani en los próximos 60 días, según lo acordado.
«La misión del Ejército israelí es hacer cumplir el acuerdo», recordó el portavoz militar Daniel Hagari. Hoy jueves, el Ejército ya atacó varios vehículos «con sujetos sospechosos«, además de armamento en el sur del Líbano, algo que justificó como medida necesaria para evitar «violaciones» del acuerdo.
Yulia, una estudiante de Nahariya, dice que existe consenso entre sus compañeros de facultad: «Este ha sido el mayor error posible». La joven cree que Hizbulá va a rearmarse y atacar cuando sea posible, lo que pondría en peligro el regreso a sus casas de los 60.000 evacuados del norte.
Rafael Baruch, un mexicano-israelí hasta hace dos días reservista en el norte de Gaza -zona asediada por bombardeos y ataques israelíes desde hace 55 días- dice que está convencido de que su hijo, de ocho años, también tendrá que alistarse «para pelear«.
Su padre, cuenta Baruch, combatió en la primera guerra del Líbano (1982), sus mejores amigos en la segunda (2006) y él lo ha hecho la mayor parte del año en la Franja, donde hay más de 44.300 palestinos muertos, según las autoridades sanitarias.
Él no cree en la paz con Hizbulá, sino en mantener la invasión militar del país vecino hasta terminar con la amenaza que supone, le dice a EFE.
Sanitarios listos para actuar
Tras el inicio de la tregua, Hizbulá proclamó su «victoria sobre el enemigo delirante«, asegurando que Israel no ha podido doblegar la determinación de sus milicianos. Si bien la organización no ha desaparecido sí que ha sido totalmente descabezada y diezmada por Israel, con su líder y comandantes muertos y el 70 % de su arsenal de drones destruido, según el Ejército.
En la estación de ambulancias del servicio de emergencias israelí Magen David Adom aún faltan vehículos. Muchas siguen aparcadas cerca de las casas de sus sanitarios para que, en caso de ataque, puedan socorrer lo antes posible a los heridos.
Lior, una de sus sanitarias, asegura que ha sido un año muy difícil: «Cada día, cada noche, alarmas. Siempre, todo el tiempo. Siempre tengo el teléfono (a mano) por si alguien me necesita», explica.
Junto a sus compañeros, es de las pocas que confiesa estar satisfecha con la tregua, después de un año atendiendo hasta cuatro emergencias diarias debido a la guerra.
En el Líbano, más de 3.800 personas han muerto, la mayoría desde el inicio de la campaña de bombardeos masiva de finales de septiembre, además de ataques contra el sur, el este y la capital de Beirut. Otros 1,5 millones, entre ellos sirios, se han visto obligados a abandonar sus hogares.
En territorio israelí, 78 personas han perdido la vida por ataques de Hizbulá, de ellos 46 civiles, ya que la mayoría de lanzamientos son interceptados.
Lior recuerda cuando, durante un ataque, vio a una madre con tres bebés, incapaz de llevarles hasta un búnker en los 15 segundos recomendados. Su equipo y ella los pusieron a salvo. «Esa fue la primera vez en la que he sentido de verdad miedo a morir», dice contenta de que las alarmas antiaéreas ya no rujan. EFE