Bien por las lluvias, pero…

Tras más de 130 días de permanecer bajo los estragos de la sequía hidrológica, las lluvias reaparecen y vuelven a reanimar a la gente.

Llueve en las diversas cuencas hídricas de Azuay y Cañar, como sucede en las otras del país.

Los citadinos ven con alegría cómo los ríos, hasta hace poco convertidos en pedregales, recuperan sus cauces, a la par su belleza, se muestran vivos e invitan a observarlos.

En los últimos años no se habrá visto reacción humana más pletórica al sentir la lluvia, el fluir de los afluentes y hasta el olor de la tierra mojada.

Los medios de comunicación, en las redes sociales, como si se tratase de un milagro (para los creyentes, a lo mejor lo sea), la gente publica fotos y videos del fenómeno natural tan esperado e implorado.

Eso implica esperanza de agua, de agua para beber, para la agricultura, la ganadería, sobre todo para la generación de energía hidroeléctrica, y con ella, la fuerza necesaria, vital para el movimiento económico, cuya paralización trae consecuencias nefastas, por todos sentidas.

Ojalá las lluvias continúen. Ojalá los pronósticos de los entes especializados sigan dando la esperanza.

Bien por todo eso; pero es momento de, como se dice una y mil veces, poner fin a la depredación de la madre naturaleza, de querer preferir el oro al agua, de destruir los páramos, de desperdiciar ese maná de savia y vida, de contaminarla, es decir ese afán desquiciante del hombre por destruir el plantea, pese a su racionalidad y hasta espiritualidad.

Esas urgencias, sin perder de vista los impactos del cambio climático, deben llevarnos a comportamientos más sensatos, coherentes, preventivos para mantener el equilibrio ecológico.

Si la larga ausencia de lluvias nos condujo a los apagones y, quien lo creyera, hasta disputas politiqueras, y reveló cuan inoficioso es el Estado para tomar decisiones “para ayer”, ojalá la lección cale hondo en la conciencia de todos.

REM

REDACCION EL MERCURIO

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