Muchos ecuatorianos, vamos perdiendo la fe, la credibilidad y los vínculos que deberían existir entre electores y autoridades seleccionadas para dirigir los diferentes estamentos gubernamentales, tanto a nivel regional cuanto nacional.
El proceso inicia con una campaña en la cual se oferta cambios drásticos que conducirán al pueblo hacia mejores días, con fuentes laborales, seguridad, equidad, salud, vialidad, honorabilidad, honestidad, magnanimidad, pasión por el servicio, responsabilidad, transparencia, rendición de cuentas, responder a las necesidades de la población, liderazgo, respeto por sus gobernados y ética en el manejo de lo público.
Mencioné a la magnanimidad, citada por Aristóteles, que es la benevolencia, poseer grandeza de espíritu y actuar noblemente. Y no sé sí hemos encontrado estas cualidades en quienes han dirigido los últimos tiempos al Ecuador. Son grupos de poder, engaño y ofertas que se incumplen. Una población desesperada que emigra en estampida, profesionales sin plazas de trabajo, luego de haberse preparado esforzadamente, gestándose la fuga de cerebros.
Electores llenos de incredulidad frente a una famélica democracia, en un Estado burocratizado por las ofertas de cada régimen que produce una pesada carga de ineptitud.
Cómo responde el Gobierno frente a conflictos como el cambio climático, la corrupción incrustada en todos los estamentos, la violencia, y un crítico calificativo internacional que vino desde la revista británica The Economis, que lo llama narcoestado. Son frecuentes los escándalos que observamos en los más altos representantes del poder Legislativo, del Poder Judicial, los calificados como narcogenerales, la turbulencia carcelaria, la minería, el sicariato tan común, un diablo con sueños presidenciales. Políticos llenos de turbulencia hegemónica, sin respeto por el País ni por sus ciudadanos. País rico, pero saturado de miseria por la forma como somos gobernados y por nuestra irresponsabilidad en no seleccionar políticos honestos. (O)