Los miles de millones de habitantes del planeta, estamos atrapados en un modelo fallido que no se detiene y persevera ajeno al dolor de tanta gente y a la angustia de ya no tener lo necesario para ser o al riesgo de perderlo de manera definitiva… como es nuestro caso en Cuenca, Ecuador y América del Sur
La tragedia: La consciencia del sufrimiento, del horror y del drama encuentra en la tragedia, género literario de orígenes griegos, a su forma de expresión más conocida y elocuente, hasta el punto de que sus principales obras perduran en el tiempo, inspirando reflexiones sobre la vida, la naturaleza humana, el dolor y también sobre la posibilidad de su superación a través de procesos que permiten interiorizar las razones de la aflicción. Este proceso no termina nunca, porque si bien se pueden dejar atrás determinadas circunstancias de la extrema angustia, otras diferentes se presentarán inexorablemente, en una suerte de persistente característica consustancial a la condición humana.
La tragedia individual está en cada persona. Enfermedad, error, fracaso, violencia, muerte y otras circunstancias marcan la vida de la gente y tallan su personalidad. Muchos intentan no considerar el dolor y pretenden relegarlo. Otros lo aceptan y desde la reflexión íntima comprenden un poco más su precaria condición, sus avatares y sus espantos. La entienden y la asumen como una condición forzosa que forja la consciencia personal y posibilita comprender la de los otros, con quienes se identifican desde la certeza de compartir denominadores comunes.
También la tragedia es grupal, colectiva y planetaria. La pandemia lo fue hace tan poco y, ahora, lo es la destrucción del medio ambiente y sus pavorosas consecuencias.
La tragedia como voz que se alza, dramática, para describir el dolor propio y el ajeno, es quizá, una de las más potentes posibilidades de lograr conexión con los otros a través de sentimientos compartidos sobre la precariedad, el sufrimiento y las profundas tribulaciones del ser humano aquí, allá, en todo lugar y en todo tiempo.
La tragedia en nuestra historia
Como acontece con todos los pueblos, el sufrimiento individual y colectivo marca nuestra historia. Acá, antes de la llegada de los españoles, la expansión conquistadora de los pueblos nativos, despojó, arrasó, violó, truncó destinos y vidas de los grupos vencidos en esos procesos que son comunes a la historia humana en toda parte y en toda época.
La literatura nacional, tan importante, narra las vicisitudes de los pueblos que fueron sometidos por quienes llegaron, en la mayoría de los casos, con la única y clara consigna de someter a los habitantes originarios para utilizarlos en sus procesos de dominio, enriquecimiento y poder. Boletín y elegía de las Mitas, Catedral Salvaje, de Dávila Andrade; Huasipungo, Huairapamushcas de Jorge Icaza; Siete Lunas y siete serpientes, Don Goyo de Aguilera Malta; Cruces sobre el agua, La última erranza de Gallegos Lara. Atahuallpa de Benjamín Carrión. Los ensayos de José Peralta o Juan Montalvo, son expresiones de la tragedia nacional desde enfoques propios a cada uno de esos escritores.
Toda esa ilustrada descripción literaria de la realidad nacional, en la actualidad es publicada, en forma de noticias o de tuits, todos los días en medios de comunicación tradicionales y en redes sociales. Destrucción de la naturaleza, injusticia, corrupción, autoritarismo, violencia, narcotráfico, ignorancia, conformismo y una serie de comportamientos y acontecimientos sociales, muestran con crudeza la tragedia nacional en todos los ámbitos. Esta realidad produce en muchos casos un laxo acomodamiento a esas circunstancias, así como actitudes que capean el temporal sin intentar, realmente, cambiar ese estado de cosas. Estamos tan cerca o nos encontramos ya en la degradación colectiva. La tragedia define la cotidianidad de los ecuatorianos.
… con el medioambiente
La interacción de los seres humanos entre sí que ha forjado la civilización, además de tantos aspectos benéficos, también ha producido tragedia y horror. Guerras, explotación de la gente y de la naturaleza, saqueo de riquezas, sistema de producción que destruye, violencia y otras actividades históricas, tienen lugar en el escenario natural y ambiental, que nunca es un factor externo, sino por el contrario, un protagonista indefenso ante la virulencia de lo humano. No se repara en lo que, para algunos poderosos del planeta, son remilgos ambientalistas que obstaculizan el progreso. Esas acciones de prepotencia provocan en el ecosistema perjuicios tan graves que se evidencian en la pérdida de la biodiversidad, el calentamiento global y sus consecuencias mortales como son, entre otras, las sequías de muerte o las inundaciones que dejan destrucción y muerte a su paso.
La tragedia ambiental es devastadora y es muestra de aquello que no hemos podido hacer bien para mantenernos y prosperar. Los miles de millones de habitantes del planeta, estamos atrapados en un modelo fallido que no se detiene y persevera ajeno al dolor de tanta gente y a la angustia de ya no tener lo necesario para ser o al riesgo de perderlo de manera definitiva… como es nuestro caso en Cuenca, Ecuador y América del Sur.
La entereza y el compromiso
Así como la tragedia nos define, también lo hace la fortaleza, el esfuerzo y el deseo indómito de sobrevivir pese a las circunstancias negativas. Así ha sido la historia de la humanidad, de la misma manera lo es en el presente frente a una adversidad tan grande, resultado de la acción del hombre, en muchos casos causante de la devastación y de la destrucción.
El clamor de la humanidad es un grito desgarrador que se escucha en foros internacionales de toda índole, Naciones Unidas, Unesco, G7, G20 y otros y otros. A nivel nacional también todos alzamos la voz para que avancemos en lo que sea sostenible, nos detengamos en lo que no es viable y retrocedamos en lo que podamos. Todos estamos involucrados. No hay enemigos. Somos interlocutores que, desde la expresión de las ideas de todos, debemos llegar a entendimientos globales ahora mismo y continuar juntos con soluciones mediatas y a futuro, para mantenernos con vida, para salvarnos.
Así lo han hecho siempre individuos, familias, grupos y naciones. Ante la tragedia el ser humano ha mostrado fortaleza para enfrentarla y virtudes para superarla. Los casos de resiliencia positiva son cotidianos y los ejemplos están en casa y en nuestra sociedad, como lo están en la historia mundial. El hombre en busca de sentido, de Víctor Frankl, describe cómo un individuo en las peores condiciones de existencia, los campos de concentración, logra superarlas y sobrevivir por la visión de su destino y la decisión de dar los pasos necesarios para cumplir con su objetivo.
El escepticismo, el cinismo y la queja como únicas y excluyentes expresiones frente a la tragedia, no pueden ser espacios definitivos para quedarnos ahí y medrar. La tragedia debe ser el impulso para la abnegación y el cambio real de nuestras formas de vida, porque debemos luchar para superarla o enfrentarla con dignidad y valor desde la entereza y el compromiso con la vida… de la naturaleza, de los otros y de nosotros.
Por:
Juan Morales Ordónez