Se llamaba Rigoberto (Rigo parao los panas) y es lo que podría considerarse un tipo normal. Un tipo fácil y buena gente, o eso al menos, era al menos lo que la gente pensaba de él. Y él pensaba distinto. Y es que, más allá de la apariencia sencilla, la sonrisa pronta y una habilidad natural para hacer nuevos amigos, Rigo se consideraba a sí mismo un anarquista, un subversivo en toda regla y eso lo tenía siempre frente a un espejo que no a todos les gusta mirar.
Y es que, en una sociedad como la nuestra, las etiquetas engañan o son simples caricaturas. Pero, aun así, podemos asegurar, sin miedo a equivocarnos, que Rigo era absoluta e irrenunciablemente cuencano. Hablaba siempre con el inconfundible cantadito, sabía por qué en Cuenca se sale con paraguas y gafas de sol en el mismo día, era hincha impertérrito del amado cuenquita, conocía lo que significa guitarrear con una botella de aguardiente a la orilla de un río, le decía “Veci” al amigo que vende los hot-dogs de la Tropical y era inmune al soroche. Absolutamente cuencano ciertamente, excepto en una cosa: no se creía mucho el tema aquel de la religión.
Y en realidad no lo hacía por malicia. Simplemente le divertía aquello del paraíso prometido y le gustaba mucho aquella frase del negro Fontanarrosa: “a mí no me va eso del nirvana (…) al cielo le pondría canchitas y un par de bares…”. Jamás en tono de burla o desdén, era más bien un irreligioso buena gente, melancólico y añorante, al que le pesaba esa tristeza existencial del no tener a qué aferrarse.
Pero no todo era pesimismo. La convicción de que esta vida es todo lo que tenemos, le hacía mirar las cosas con otros ojos y asumirla con cierto humor. Con una inteligente insolencia, que no por ser irreverente dejaba de ser ética y transgresora. Porque sabía demás que hay enseñanzas morales en la irreverencia. Y eso, como poco, traía consigo un cariño especial por su tierra y su gente… ¡Está aquí todo lo que importa! Es ahora lo único que cuenta. Y el cielo, bueno, el cielo puede esperar… (O)
@andresugaldev