La de trapo. La de bleris y cuero. La moderna. La más tecnificada, como la actual. Esa que tiene hipnotizada a gran parte del mundo. Esa con la cual sueñan casi todos los chicos ni bien dejan de gatear; y mucho más si provienen de hogares pobres, de hogares desechos, o donde no hay la mínima esperanza de mirar de pie el horizonte.
La misma que ahora paraliza hasta los despachos presidenciales; el Wall Street. La que obliga a posponer intervenciones quirúrgicas. La que provoca atolladeros de tráfico para llegar pronto y ver el partido.
Aquella que, frente a una pantalla gigante, en los estadios, en hogares, oficinas colegios y escuelas, aglomera a la gente para verla cómo es tejida, pateada, cabeceada no solo con los frontales, también con los parietales, aun con los occipitales.
Aquella que es pasada, a veces viendo “con el rabo del ojo”; sacada, parada con el pecho, chuteada con “tres dedos”, taconeada, “filtrada” entre un cerco de piernas, “llovida” en el “área de candela”, lanzada desde el córner o desde ese punto fatídico del penal, que pone a un hombre en posición de ser fusilado.
Aquella por la cual 22 hombres sudan hasta el extremo. Ponen en movimiento todos sus músculos, sincronizando corazón y cerebro.
Todos se sacrifican para meterla en el arco contrario, e impedirla que no entre en el suyo. Se caen. Se levantan. Se faulean. Si lo hacen al extremo “son pintados de amarillo o de rojo” por un hombre pito en mano, con ayuda de otros dos que ven que al área rival lleguen en línea, así tengan nariz aguileña. Y ahora con la ayuda del VAR, al que nadie le carajea ni le menta a la madre.
Esa pelota, que a muchos jugadores les vuelve millonarios; a otros más pobres así los hayan recibido a raudales; a unos les ahoga en la fama, a otros en la desgracia. A unos les convierte en “dioses”, en ídolos, son referentes de sueños, generan obsesiones, son deseados y están en la punta de la lengua de todos.
La pelota, esa “cosita redonda” que tiene muchos significados -picarescos algunos- revienta el alma, saca lágrimas de alegría, hace gritar a todo pulmón cuando entra en el arco del rival; ira, gestos inusuales, tristeza y reclamos si es al contrario.
No hay grito más gritado, ni narrado, ni comentado cuando ese monosílabo, que ya es universal, se hace realidad. Es el ¡¡¡gol, gol, gol, goooollll”. Ni se diga en las voces de los recordados Pancho Moreno (Alfonso Lasso), Carlos Efraín Machado, Petronio Salazar. Ahora en las de Alfonso Lasso, Fabián Gallardo y Guifor Trujillo. Insuperables.
La pelota, la “bendita pelota” como decía Carlos Efraín Machado es la pelota de fútbol. Para quien escribe esta especie de “pelotalogía”, es la Bendita entre todas las Pelotas. (O)